Hay músicas que te transportan a otro tiempo. Sonidos que hacen viajar al oyente hacia épocas lejanas. Melodías que evocan lugares, momentos y sensaciones remotas. Y muy pocas lo consiguen como el blues, especialmente el de la primera hornada de músicos de la América profunda. Artistas que pusieron voz a toda una generación, aquella formada por la sociedad negra de finales de los años 20 en el sur de EE UU. Hombres que habían sido liberados de las cadenas de la esclavitud, pero no del estigma social. Músicos que dibujaron su mundo con pasión, autenticidad, crudeza y alma a través de canciones.
Blind Willie Johnson (1897-1945) fue el rey del slide. Pocos como él han manejado a lo largo de la historia una técnica que viajó de África a Norteamérica en barcos cargados de mano de obra esclava. Willie era ciego, aunque no de nacimiento. A pesar de que las razones de su ceguera nunca se supieron con certeza, su segunda mujer arrojó cierta luz al respecto en una ocasión, al relatar al célebre historiador de la música Samuel Charters que “cuando Willie tenía siete años, su padre pegó a su madrastra al encontrarla con otro hombre; la madrastra cogió lejía y se la tiró a la cara del joven Willie”.
La historia del viejo Willie está plagada de dolor. Nació, vivió y murió en la más absoluta de las miserias, ofreciendo su música en la calle a cambio de la voluntad. Sufrió la triple discriminación que conllevaba ser ciego, negro y pobre en la América de la Gran Depresión, hasta el punto de que, cuando enfermó de neumonía, se le negó la entrada al hospital por ser invidente. Años antes, su humilde casa había sido pasto de las llamas, lo que le condenó a vivir en las ruinas de la misma a merced de un frío que, a la postre, acabaría con su vida.
Todo este sufrimiento se percibe a la perfección en sus composiciónes de blues y gospel, 30 de las cuales grabó para el sello Columbia. Hoy forman parte de la historia de la música y las oremos en el Garito de blues, para juntos, emprender un viaje con destino a un destartalado porche de Beaumont, Texas, donde los ecos de la vieja guitarra de Blind Willie Johnson aún perduran en el tiempo.
Blind Willie Johnson (1897-1945) fue el rey del slide. Pocos como él han manejado a lo largo de la historia una técnica que viajó de África a Norteamérica en barcos cargados de mano de obra esclava. Willie era ciego, aunque no de nacimiento. A pesar de que las razones de su ceguera nunca se supieron con certeza, su segunda mujer arrojó cierta luz al respecto en una ocasión, al relatar al célebre historiador de la música Samuel Charters que “cuando Willie tenía siete años, su padre pegó a su madrastra al encontrarla con otro hombre; la madrastra cogió lejía y se la tiró a la cara del joven Willie”.
La historia del viejo Willie está plagada de dolor. Nació, vivió y murió en la más absoluta de las miserias, ofreciendo su música en la calle a cambio de la voluntad. Sufrió la triple discriminación que conllevaba ser ciego, negro y pobre en la América de la Gran Depresión, hasta el punto de que, cuando enfermó de neumonía, se le negó la entrada al hospital por ser invidente. Años antes, su humilde casa había sido pasto de las llamas, lo que le condenó a vivir en las ruinas de la misma a merced de un frío que, a la postre, acabaría con su vida.
Todo este sufrimiento se percibe a la perfección en sus composiciónes de blues y gospel, 30 de las cuales grabó para el sello Columbia. Hoy forman parte de la historia de la música y las oremos en el Garito de blues, para juntos, emprender un viaje con destino a un destartalado porche de Beaumont, Texas, donde los ecos de la vieja guitarra de Blind Willie Johnson aún perduran en el tiempo.
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